Aquel día terrible en que Jesucristo fue crucificado no fue una, sino tres cruces que se levantaron en la colina del Calvario. Además de Jesús dos ladrones fueron crucificados, uno a su derecha y otro a su izquierda. Estos dos hombres aparecen a escena dentro de toda aquella confusión de dolor sin conocerse su nombre, donde habían nacido o que mal habían hecho. Eran sencillamente dos pobres hombres miserables que sufrían y morían al lado del Hijo de Dios.
Probablemente estas dos personas descarriaron sus vidas tomando el camino negativo de la vida. Tanto fue su hundimiento en el pecado que olvidaron ese mandamiento que dice no robarás, pero lo hicieron, siendo arrestados y sentenciados a muerte. Ambos fueron conducidos al lugar de ejecución no imaginando que uno de ellos viviría la misericordia de Dios. Me imagino que se sorprendieron cuando vieron otra cruz levantada entre la de ellos y ver allí a Jesús. Ellos habían oído hablar mucho de Él y ahora en su tremenda agonía lo miraban haciéndole preguntas.
Jesús casi agonizando escuchó las lamentaciones de aquellos dos hombres y aunque pareciera que no podía ayudarlos ocurrió un hecho trascendental que quedó grabado para la posteridad de toda la humanidad. En otras palabras Jesucristo en plena muerte daba al mundo una vez más la enseñanza de su verdadero amor por nosotros y la importancia del arrepentimiento. Detallando más ese suceso vemos que hasta en la cruz, allí padeciendo, Jesús tenia plena voluntad para perdonar el pecado y conceder la bendición eterna, porque la muerte no significaba una amenaza para El. Todavía vivo escuchaba como uno de los ladrones lo insultaba y ponía en tela de juicio su poder.
Era el mismo diablo que quiso tentarlo en el desierto y ahora se burlaba nuevamente de El, usando la boca de aquel hombre. En un parlamento burlón y desafiante el ladrón replicó -No eres tú el Mesías?, sálvate pues, a ti mismo y a nosotros; aquellas palabras dieron en el blanco de su propia calamidad imaginándonos entonces, que su vida se perdió en aquel momento.
La escena de la crucifixión jugó un papel rudo desde el punto del sufrimiento y el padecimiento de Jesús. No obstante, no todo y ante el desfile de sucesos, ocurrió un hecho que iluminó toda aquella oscura escena. Volviéndose al primer ladrón, el segundo lo reprendió diciendo -Ni tú que estas sufriendo el mismo suplicio temes a Dios, en nosotros se cumple la justicia, pues recibimos el digno castigo de nuestras obras, pero este nada malo ha hecho.
Al instante unas palabras humildes salieron de la boca del segundo ladrón que había defendido a Jesús -Acuérdate de mi cuando vengas en tu reino. Estas palabras tocaron las fibras íntimas del corazón de Jesús porque en su manera sencilla este tenía fe verdadera en la misión del hijo de Dios. Amigos, si alguna vez hubo un hombre verdaderamente entristecido por sus pecados y que anhelaba con sinceridad ser hijo de Dios fue aquel pobre ladrón al cual Jesús le dijo -De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.
La cruz de Jesús nos puso a todos y cada uno de los seres humanos a un costado y a otro de ella. "Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino" es la oración que hace 2000 años hizo que para un delincuente, una cruz se transformara en un puente hacia la vida eterna. Hoy, no obstante el tiempo transcurrido, continúa siendo una absoluta certeza y está más vigente que nunca.
Toda vez que la indecisión es la peor de las decisiones, de la decisión personal de cada individuo, depende que la cruz de Jesús continúe siendo instrumento de afrentosa muerte o venga a ser UN PUENTE HACIA LA VIDA ETERNA.
EDWIN KAKO VAZQUEZ
ESCRITOR E HISTORIADOR
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